martes, 22 de octubre de 2013

¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?


Queremos agradecerles a todos ustedes la preocupación que nos han manifestado en estos días que se han vivido fuertes temblores en las Islas Filipinas. Gracias por sus manifestaciones de cariño, por sus oraciones y por todos los detalles que nos manifiestan su cercanía, a pesar de la distancia.
Para nosotros no ha sido fácil vivir estos momentos. Las consecuencias del temblor en la isla de Bohol son tan grandes que hay muchas personas fuera de sus hogares por miedo a que se vuelva a repetir.
Muchos templos construidos en los primeros siglos de evangelización española fueron destruidos por la magnitud del temblor.  Además de poblaciones incomunicadas porque se destruyeron algunos puentes. Nos sorprende la manera tan normal en la que nuestros hermanos filipinos enfrentan esos desastres naturales: temblores, tifones e inundaciones frecuentes.


La muerte es parte de la vida, porque convivimos con ella en todo momento.  Aprendes a vivir cada día con más agradecimiento porque te das cuenta que cada día es un regalo de Dios.
En estos días, al ver el periódico me estremecía con las imágenes de los templos hechos “ruinas” prácticamente convertidos en nada, lugares históricos desde los años 1500 o 1600.  Me sorprendió bastante una foto en la que en la parte inferior decía: “milagro” y observé con detenimiento.
Era la foto de una capilla destruida totalmente y en medio de todas las rocas estaba la estatua de la Virgen María llena de tierra, pero con los brazos juntos en posición de oración. La gente de esa isla se preguntaba ¿cómo es posible que todo el templo se destruyó y la estatua permaneció intacta?


Cuándo escuchaba las preguntas, en mi corazón recordaba la frase de la Virgen de Guadalupe cuando le expresa a Juan Diego en el Tepeyac: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás acaso en el cruce de mis brazos? No tengas miedo”
Experimenté una la llamada a la confianza y el abandono en las manos de Dios, a través de la ternura de María.  Esas palabras han llenado de paz y consuelo mi corazón.

El Señor nos está llamando a vivir, caminar, sufrir y entregar la vida al lado de nuestros hermanos filipinos. Sólo así será creíble el Evangelio que les predicamos. Sólo así,  la Palabra se hará carne, en medio de nuestra gran fragilidad humana.


miércoles, 9 de octubre de 2013

Bienaventurados los pobres...Mt 5.




Después de meditar y quedar muy cuestionado por el evangelio de este domingo, sobre el pobre Lázaro y el hombre rico. (Lucas 16), deseo compartir algunas breves reflexiones que he hecho en los últimos meses sobre la pobreza.
El evangelio es en definitiva una llamada a no ser indiferentes ante la necesidad de los pobres. Y en este sentido nuestra llegada a Filipinas ha sido para nosotros un encuentro también con la pobreza que en muchos sentidos para lo que estamos acostumbrados llega a ser miseria.



En mis pensamientos me decía ya me acostumbraré y no se me hará tan duro. Pero de mi corazón sale una petición a Dios, no permitas que me acostumbre a mirar a los pobres, que no me deje de doler la miseria humana, la injusticia, la desigualdad, es mas que me llegue a doler más para moverme a hacer más por ellos. Que pueda trasmitirles a los matrimonios Filipinos que estamos formando , esta sensibilidad , porque quizás ellos ya se han acostumbrado.




Muchas veces me dan ganas de darle la vuelta, de no verlo, en ciertas ciudades de todo el mundo se puede esquivar esta realidad, ya que los pobres están aislados en la periferia o en colonias a las que no entramos ni de chiste, los vemos solo de lejos o no vamos nunca. Aquí no se puede dejar de ver porque te encuentras con esta realidad en por todos lados, cuando sales de un centro comercial super lujoso en la calle de enfrente pobreza.

Otra experiencia que ha sido fuerte para mi es cuando llegan a pedirme dinero en la calle, son muy insistentes, y bueno hay algunos que me duele tanto verles. En una semana me prestaron un auto con el que llevaba a mis hijos a la escuela y cuando paraba en algún semáforo se acercaban a tocarme el cristal de la ventana y ahí estaban todo el tiempo que duraba la luz roja. Mi primera reacción ya que no traía dinero ni otra cosa que darles fue voltear la cara e ignorarlos, como si no estuvieran ahí, esto es lo que me decía la razón o la costumbre, pero el corazón me decía, mírales a los ojos, regálales una sonrisa, aunque parezca ridículo o una burla, mírales a los ojos. Que difícil es hacerlo cuando piensas que lo que necesitan es dinero o comida. ¿Qué puedo hacer por ellos?


¿Cómo despertar la conciencia en el mundo? ¿Cómo salirme de este mundo injusto donde la división entre ricos y pobres es tan fuerte?¿donde el derroche de unos puede ser la comida de varios meses de otros? Quiero que el evangelio me llegue hasta lo mas profundo y me ayude a cambiar mis valores, me sacuda y me despierte del cómodo lugar que tengo. Que puedo ofrecerles cuando no tengo el dinero suficiente para ayudar  y no haría mucho. “lo que tengo te lo doy…Mi fe” y sin embargo se que no basta.


No tengo una respuesta clara pero le pido a Dios que no me deje ser indiferente, que no me acostumbre a ver a los pobres, a ignorarlos a pensar que es lo normal y que en toda la historia de la humanidad es la manera de vivir.

Bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos.


martes, 1 de octubre de 2013

Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios.


“Después de la tempestad, viene la calma” Dice la sabiduría popular.  De esa forma lo hemos experimentado en estos días.   Hemos tenido momentos muy difíciles de retos, sueños, miedos, proyectos, lenguaje, cultura… y ahora, el Señor trae la calma a nuestros corazones.

Es una especie de paga que el Espíritu nos da: la paz.  Esa paz que el mundo no puede dar, sólo en Dios se encuentra.  La paz de experimentar que vivas lo que vivas, enfrentes lo que enfrentes, estás haciendo la voluntad de Dios.

Ayer, fuimos evangelizados por los más grandes constructores de paz: ¡Los niños!
Organizamos una “pequeña reunión” para celebrar el cumpleaños de nuestro hijo menor , pensábamos en una cena sencilla y la sorpresa fue descubrir el sentido de la fiesta en los filipinos: música, comida, baile, fotos, regalos, niños y niños por todos lados.  Este es el ambiente propio de la cultura filipina: compartir la paz, celebrando la vida.



Hubo un momento especial de la fiesta donde les propusimos el juego de las sillas que tanto solemos jugar en México. ¿lo recuerdan? Consiste en acomodar una hilera de sillas con una cantidad inferior a las personas que van girando alrededor de ellas al ritmo de la música. Cuando la música termina, alguien se queda fuera y los demás siguen jugando.

Sin embargo, este juego no se puede jugar en Filipinas. Cuando terminó la canción y era el momento de “sacar” al que se había quedado sin silla, una niña acercó una silla más y le invitó a sentarse para que siguiera el juego. Todos reímos y siguió nuevamente la música, había que “sacar” a otro más para continuar con el juego. La misma niña, volvió a tomar otra silla para seguir jugando.  Nos quedó claro: En esta cultura nadie es excluido, todos son importantes.





Terminando la fiesta, me puse a reflexionar como es que nuestra cultura occidental nos enseña la competitividad, “sacar a otros del juego”,  dar premio a los “ganadores” que sacan a los demás del juego…  El contraste con los filipinos está confrontando mis esquemas egoístas, competitivos y elitistas, propios de la cultura occidental.



El filipino suele incluir a todos: Siempre cabe uno más en el jeepney, en la motorela, en la familia, en el juego, en el grupo “barkada”.  Nadie queda fuera porque todos son parte de la familia.
Y  después del juego, cuánto me hubiera gustado que vieran la mirada de esta niña: su rostro irradiaba tanta alegría.  Es la alegría del que trabaja por la paz, con un corazón descomplicado y fraterno.  Sin darse cuenta, esta pequeña niña de 4 años, Louise, nos estaba evangelizado profundamente a todos.



No cabe duda, hemos venido a Filipinas con título de “formadores” pero estamos siendo formados por estos pequeños niños que nos están enseñando lo que es “trabajar por la paz” como verdaderos hijos de Dios. (Mt. 5,9)